El Salvador por momentos se parece al pueblo que narra José Saramago en su ensayo sobre la ceguera: se van envolviendo en una blancura hasta caer en lo más bajo de la dignidad humana. Así, somos ciegos guiando ciegos.
Hace algunos meses, a través de un correo electrónico se anunció un toque de queda en distintos municipios de San Salvador, en aquella oportunidad el gobierno se quedo callado víctima de su propia agnosis. La tecno irracionalidad se extendió rápidamente. Ahora, pretextando una ley que al parecer será cuestión de tiempo que sea declarada inconstitucional; las pandillas salvadoreñas han decretado un paro al transporte colectivo, rebeldía en algunos centros penales, quemado un microbús y atacado una patrulla policial, todo para que al final quedemos como al principio: sin ley.
El presidente Mauricio Funes quien se encontraba fuera del país, en una gira por los Estados Unidos ha vuelto a guardar silencio, la respuesta pública por parte del gobierno salvadoreño igualmente ha sido mutismo. El temor de los funcionarios a ser despedidos por el presidente, si dicen algo que a él no le guste; la incomunicación que al parecer mantiene con sus miembros del gabinete, a los cuales les ha sido imposible encontrar un lenguaje común con su jefe los ha mantenido en sosiego, prudencia y disimulo. El país tendrá que esperar a que regrese “el hombre” para saber la posición gubernamental.
La realidad nacional exige decisiones, no sonrisas para todos lados.
Algunas veces uno podría llegar a pensar que la relación del presidente con el poder se puede resumir en el siguiente enunciado: pertenece más lo que vino a ofrecerse a nosotros que aquello que tuvimos que conquistar.
Lo decíamos ayer, los políticos llegados de los medios de comunicación al poder, se asemejan a las estrellas del pop, están pendientes del aplauso general, que de llevar a cabo políticas de Estado. Los problemas que originan la ola delincuencial entre los jóvenes no están siendo abordados por el gobierno con la seriedad que demanda el futuro de la patria.
Algunos viejos son así, les sobra orgullo en la medida que les va faltando tiempo. No sé, si alguno en el actual gobierno tiene claro que los recursos naturales del país, no dan para alimentar correctamente a las bocas existentes; luego que no crece la economía nacional en la misma medida en que la nacen salvadoreños.
Si la población pandilleril oscila según la Fiscalía General de la República en 20,000 jóvenes, si multiplicamos esto por cinco, que es el número promedio de una familia pobre salvadoreña nos da una cifra de 100,000 personas que están relacionadas a esta problemática. ¿Cómo va a dar este o cualquier gobierno una solución secular y no religiosa a esta catástrofe humana?
Muchos hablan de matarlos. Estos mismos se oponen al aborto, se manifiestan contra la educación sexual en las escuelas, y menos hablar de repartir preservativos entre la población juvenil, ni mencionar la posibilidad de construir una política demográfica. Enfrentar estas preguntas debería ser la misión de un gobierno, que si bien se define sin ideología partidaria está claro que no es conservador. Y no lo está haciendo.
Los salvadoreños somos malos, sostenía Salarrue. Los conservadores para llevar a cabo sus guerras personales adiestraron a los indígenas en el manejo de armas, luego surgió Anastasio Aquino organizando una revuelta, la forma de resolver esto en 1832 fue una masacre de 5,000 nonualcos. Para 1932 igualmente había un descontento de un grupo de indígenas que apoyados por algunos ladinos se les ocurrió la descabellada idea de implantar un sistema colectivista en el país, la verdad es que los sectores dominantes de la época desconocían de antropología la raza nahua-pipil, por resistencia sistemática al dominio extranjero es agresiva pero llevadera, aunque una vez provocada se torna violenta, esta violencia desatada por los indígenas comunistas se resolvió con una masacre de 10,000 personas.
¿Nos preparamos para otra nueva masacre? Estamos a 20 años del 2032, y se están dando las condiciones optimas, las actitudes necesarias, el tiempo mismo para que una vez más nos pongamos de acuerdo para la masacre del siglo: asesinar a 20, 000 pandilleros que además de ser jóvenes y salvadoreños son en realidad resultado de aquella guerra que enseño a niños desde el ejército y la guerrilla a matar.
Saludemos la patria, orgullosos
Muy a propósito del mes de la independencia, no creo que una nación que vive atemorizada, en donde un grupo de jóvenes delincuentes apoyados por mentes que diseñan estas estrategias que generan pánico, demostrando ser el poder de la calle, pueda sentirse orgullosa de pertenecer a una entidad que se silencia frente a la violación de los elementales derechos como son el libre tránsito de unos y el derecho a crecer sanos y al trabajo decente de otros, de igual a la rehabilitación de terceros.
Realmente señor presidente, ya no sabemos por aquí, quien está decepcionado de quien: si usted del pueblo, o la población de usted. Lo cierto es que juntos estamos caminando, juntos cayendo y juntos muriendo.
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