Al beato
Marvin Aguilar
I
Dicen los Santos ortodoxos que el amor de un padre
crucifica y que un hijo que ama aguanta su crucifixión. Así fue como su padre
le prometió cuando tenía ocho años una piscina en el patio grande de la casa.
Pero se marchó antes de hacerla. Un día, él se llegó a parecer a su Papá y,
decidió no ser como aquel hombre. Juró jamás desaparecer y para recordárselo
hizo un jacuzzi donde, cuando hacía calor se sambuia. Pero Sambuia era un rio
de Guinea Bissau.
II
Mala Rodríguez, gusta porque es mala. Y así estamos
exagerados en vino y nos viene sucediendo ebrio. Pero comienza a joder con su honda
izquierdista.
Pero un día: hicimos patria, matamos un cura. Y
debemos entenderlo. Y cuando alguien echa a perder las cosas parece tener la
razón.
Judas Iscariote logró 2,000 años después en Menia su atisbo
de exculpación traidor de Jesús al comprobarse en su evangelio su treta en
acuerdo con el nazareno. Y, los neo-judas salvadoreños
¿Cuándo tendrán su buena
nueva?
En El Salvador la felicidad no existe aunque seamos
los más felices del mundo por eso le hicimos un jingle y no un himno al beato.
Lo que deberías sentir por mí debiese ser la felicidad.
III
Resucitar cada día en un país donde te matan es la
prosperidad. Es que nos esforzamos en encontrar lo ideal, pero no sabemos que
en esa intención terminamos con lo humano y, está bien, no hay nada de malo en
eso.
Algunos aferrados al viejo pasado imaginan cosas
simples, como que María Magdalena padeció de todas las enfermedades venéreas
posibles porque hacia las cosas más vergonzosas de toda nuestra vida, siempre.
Nos equivocamos cada momento. Es fácil. Pero llega un
día que no tenemos sueños, somos viejos entonces. Y lo que hicimos es más
importante que el futuro y entonces se nos ocurre camino a la tumba gobernar.
Es así, mueren personas, quizá debiesen ser viejos que
han vivido una gran vida. Bebes con furor burllante (¿está palabra existe?).
Gentes que se casan para terminar siendo
infieles ¡contéstenme!
Los muertos que extrañamos hablan. En Le Bourget sin
saberlo se sentaron en tres sillas
seguidas tres personajes que provocan este relato minimalista:
Yo aguardaba el vuelo hacia Barcelona, deseaba conocer
las obras de Gaudí y terminé pagando por entrar a una iglesia, donde mis amigos
anarquistas me instruirían que la iglesia que mejor ilumina es la que arde.
UmarJhon de Dusambé estaba en tránsito hacia Estonia,
huía. Nilo de Lima en tránsito hacia Londres huía. Moisés de San Salvador huía
a Madrid.
Nunca se hablaron, ni se conocieron, simplemente se
sentaron uno junto al otro. Uno solo hablaba tadjik, el otro cambió el español
por el inglés-británico y el último ensayaba su acento español para no ser
confundido con un sudaca. Todos escapaban.
IV
Aquí todos somos santos. Realmente ¿si nos volvieses a
ver nos reconocerías? Seriamos un pueblo donde no te cuesta ser buen pastor,
uno, que no encuentra la felicidad en lo poco o cuando menos en lo suficiente.
Que es obeso, glotones y glotonas en todas sus maneras
que ven en la gordura salud y hacen a sus hijos cada vez más tripudos.
Somos ese pueblo del buen pastor que mata por unos
zapatos y que se regocija creyendo que entre más tiene es porque Dios lo
bendice.
Ya no somos aquellas gentes humildes y sencillas. No
más. En las calles hay una turba que grita: ¡crucifíquenlo! Y que si bien no
baila alrededor de becerros de oro porque ya nos lo vendieron, giran borrachos
alrededor de un billete verde que no entienden lo que dice menos las fotos de
unos hombres con pelucas que llevan impresos, pero que los hace felices.
¿Nos reconocerías, si volvieses a vernos?
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