"La guerra mató mi niñez... desgració mi vida"
por Jaime Ulises Marinero
Tomado de la pagina.com.
La historia de José, quien se enroló en la guerrilla luego de que sus padres fueran asesinados supuestamente por el ejército. Apenas tenía once años cuando mató a un sargento, en pleno enfrentamiento. No se arrepiente, pero ahora, a sus 35 años, siente que el FMLN se olvidó de su gente y ha pasado a hacer lo que ellos mismos criticaban.
El ruido ensordedor de los disparos hacía que su cuerpo temblara. Tenía miedo, mucho miedo. Cargaba un fusil Ak-47 y lo sentía demasiado pesado.
Apenas dos semanas antes le habían enseñado a disparar. Estaba refugiado en un tatú, cerca de una cañada, en las faldas del volcán de San Vicente, cuando observó que un soldado se acercaba sigilosamente por la parte de atrás de tres de sus "compas". En ese momento, cuando lo tenía de espalda a menos de diez metros, José cerró los ojos y apretó el gatillo. La bala se incrustó en el hombro de aquel soldado, cuya arma salió rodando hacia la hondonada.
Sus compañeros se acercaron y le gritaron que no saliera del refugió. A menos de 50 metros el combate no cesaba.
Era un sábado, cerca de las 5:00 de la tarde. José apenas tenía once años en 1985, cuando ya era guerrillero. Ese día, varios adultos tenían que movilizarse hacia un poblado donde unos campesinos les iban a regalar sacos de maíz y frijoles. Por primera vez José tomaba un arma en serio, antes le estuvieron enseñando a disparar. Cuando iban cerca de una quebrada fueron detectados por decenas de soldados que comenzaron a dispararles. Los guerrilleros se dispersaron y a José le gritaron para que se escondiera en el tatú, que estaba en construcción. Comenzó el enfrentamiento y del lado de los soldados se escuchaban ráfagas. Los guerrilleros comenzaron a ceder y retrocedían. José seguía oculto.
Los militares lograron empujar a los guerrilleros hacia la cañada, donde podrían ser presa fácil del lanzamiento de granadas. Sin embargo la estrategia rebelde era retroceder y provocar que los soldados los siguieran hacia un área minada. En un descuido de los guerrilleros, un grupo de soldados rodeó un cerrito y se acercó por la retaguardia. Un sargento, con una metralleta logró colarse por atrás, cuando fue sorprendido por el disparo de José. "Si no le disparo, con esa arma él hubiera provocado una matazón de compas", dice José, 24 años después de aquel hecho.
El inicio
José tenía once años y vivía con sus padres en la comunidad La Magdalena de San Nicolás Lempa. Acababa de comenzar 1985, cuando una tarde varios hombres armados y de civil llegaron a su casa a preguntar por su padre. Como andaba trabajando en la tierra decidieron esperarlo en la casa.
Su madre, como pudo, se saltó la ventana del cuarto trasero y corrió a avisarle a su marido sobre la presencia de los extraños.
Llegó la noche y su padre no regresó, pero aquellos hombres se dieron cuenta de que la mujer había salido, por lo que cuando regresó la amarraron y se le llevaron a la fuerza. A José y sus dos hermanas menores les advirtieron que si su padre no llegaba al siguiente día a la Quinta Brigada, con sede en San Vicente, iban a matar a su mujer.
Al siguiente día, José padre, se presentó a la brigada, donde un teniente le dijo que lo iban a apresar porque sabían que él colaboraba con la guerrilla. Soltaron a Regina, quien llegó llorando a su casa y la mañana siguiente se llevó a sus hijos para donde sus padres en Jiquilisco.
Tres o cuatro semanas después, un amigo de la familia les llegó a avisar que en el Playón de Tecoluca habían varios cadáveres y que al parecer uno de ellos era el de José. Regina ni sus hijos creyeron eso porque sabían que José padre estaba preso en la Quinta Brigada. Ni siquiera fueron a comprobar.
Al siguiente día, una comadre llegó contándoles que cuando ella iba en el bus alcanzó a ver el cadáver de José. Tenía las manos amarradas y varios disparos en el pecho. Regina se cambió y junto a su hijo José salieron hacia El Playón. Cuando llegaron habían entre seis y siete cadáveres y ya estaban haciendo una fosa común para enterrarlos. Al ver el cadáver de su marido ella y su hijo gritaban de angustia. Era José padre, entonces de 40 años, quien tenía tres perforaciones de bala en el pecho y un disparo más en la pierna derecha. Con ayuda de familiares lograron llevarse el cadáver para enterrarlo en San Nicolás Lempa.
Regina estaba segura que los militares habían matado a su esposo, aunque un parte castrense aseguraba que habían muerto en combate. "Como iba a morir mi papá en combate, si estaba preso, además él nunca tomó un arma" se cuestiona José.
En julio de ese mismo año, su madre se dirigía a vender verduras al puente de Oro, cuando fue bajada del autobús por los soldados que cuidaban la zona y uno de ellos la violó. Regresó llorando y le dijo a sus padres que le cuidaran a sus hijos porque se iba para la guerrilla. Regina tenía entonces 30 años.
Una mañana Regina se levantó a preparar el desayuno, se cambió de ropa y regresó al cuarto a besar la frente de sus niñas de siete y cuatro años. José estaba despierto y le preguntó por qué lloraba. Su madre lo abrazó y le dijo que cuidara a sus hermanitas porque ella iba a trabajar en San Salvador y regresaría dentro de varios meses. En realidad se iba con un grupo de "compas" para el volcán Chichontepec, en San Vicente.
Menos de un mes de aquella despedida un guerrillero conocido como "Antonio" llegó a avisarles que Regina había muerto durante una "guinda" (escapada de un ataque militar). La enterraron a los tres días de muerta en las faldas del volcán, del lado de San Pedro Nonualco. José se armó de valor y le pidió a Antonio que lo llevara al lugar donde su madre había sido enterrada.
Antonio regresó a los días y se llevó a José. Lo llevó a la tumba clandestina y frente a ella el niño le dijo a Antonio que ya no quería regresar a su casa, que le enseñara a manejar un arma para pelear contra los soldados. Esa misma noche José fue presentado a un comandante, que ordenó llevarse al niño a un centro de adiestramiento, cerca de San Idelfonso, San Vicente. Ahí le enseñaron a disparar y cuando ya podía lo regresaron al volcán. Le dieron un pantalón verde olivo y una camisa negra. El pantalón se le caía, por lo que consiguió bejucos para sujetarlo. La camisa le quedaba demasiado grande, pero le ayudaba porque lo protegía del frío. Le regalaron unos zapatos deportivos que le quedaban amplísimos, pero que él rellenaba con hojas para que no se le salieran. Su misión era estar subido en algún árbol vigilando que no se acercaran militares. A veces salía a hacer patrullajes o a buscar cuzucos u otros animales comestibles.
Un día un guerrillero llegó diciendo que campesinos tenían varios sacos de maíz y frijoles que los iba a donar a la causa. Tenían que ir a recogerlos. Se formó una columna de diez hombres asignada a Antonio. "Hey vos 'compita' querés ir con nosotros" le dijo Antonio. José, sin dudarlo un instante le dijo que si.
Iban bajando en fila india guardando una distancia de unos cinco metros entre uno y otro. Antonio era el primero y a menos de dos metros de él iba José. Antonio se había convertido en una especie de ángel guardián. Ya habían caminado más de un kilómetro cuando el "compa" que iba en la retaguardia vio una fila de por lo menos 50 soldados que se acercaba en línea transversal hacia donde ellos iban. Avisó a los demás y corrieron a refugiarse. Los soldados los divisaron y comenzaron a dispararles. Algunos guerrilleros corrieron hacia una zona minada y los demás se apostaron. Comenzó el enfrentamiento. Los demás guerrilleros que se encontraban en el campamento comenzaron a bajar para apoyar a sus compañeros.
Tres de los guerrilleros murieron en la parte alta, lo que permitió a los soldados bajar. Un sargento logró escabullirse y llegar por la retaguardia. Cuando acomodaba su metralleta para aniquilar a Antonio y los demás, un disparo certero de José se incrustó en su hombro.
Una niñez frustrada
Cuando los demás guerrilleros lograron bajar para reforzar, los soldados al sentirse en inferioridad, huyeron. En la escena quedaron los cuerpos de los tres guerrilleros y el soldado moribundo. Aún respiraba. Era un sargento. Uno de los jefes dio la orden para que le dieran un tiro de gracia, pero ya no hubo necesidad. Murió.
Los guerrilleros cargaron a sus muertos y se los llevaron a enterar. Dos meses después, José había cumplido los doce años. Fue trasladado a un frente en Guazapa y participó en al menos treinta enfrentamientos con los militares. No está seguro de haber matado a alguien más. "Uno solo dispara y se refugia, ni siquiera apunta", dice.
José no sentía remordimientos ni nada parecido. Para él haber matado aquel soldado significaba haber salvado la vida de Antonio y otros más. En parte haber vengado a su padre y a su madre.
El 11 de noviembre de 1989 fue la ofensiva. José tenía 17 años. Había sido preparado para ir a combatir, pero meses antes pisó una mina y le amputaron un pie. Cuando ocurrió la ofensiva, él recibía tratamiento en Nicaragua, luego de haber estado en Cuba. Regresó después de la ofensiva y volvió a Guazapa. Cuando se firmaron los acuerdos de paz en 1992, tenía 19 años.
Cuando entregaron los listados de desmovilizados él no aparecía en ninguno, lo que le molestó mucho, pues siempre les dijeron que a la larga iban a ser beneficiados todos los desmovilizados. "Enlistaron a muchos estudiantes universitarios que ni siquiera habían participado en la ofensiva. Se inflaron los listados, pero a mi no me inscribieron. Cuando hablé con uno de los comandantes, me dijo que no me preocupara porque yo estaba en un listado de lisiados que iban a ser favorecidos con propiedades. Hasta ahora estoy esperando esos beneficios".
A José le molesta la actitud de muchos ex guerrilleros que ahora son funcionarios porque asegura que se comportan como actuaban los funcionarios a los que ellos criticaban. "Se olvidaron de la gente, de quienes de verdad estuvimos en los frentes de guerra. Hay un diputado que su gran mérito es ser sobrino de Medardo González, otros que nunca empuñaron un arma ahora son efemelenistas aprovechados, a otros les dieron la oportunidad de obtener su bachillerato a pesar de haber estudiado menos de sexto grado", dice.
Para José, los actuales funcionarios efemelenistas se olvidaron de su gente y solo procuran favorecer a sus familiares y a los oportunistas, a quienes dan buenos cargos y muchos beneficios.
José no se arrepiente de haberse enrolado en la guerrilla, porque dice que lo hizo por convicción luego de que mataran a sus padres, sin embargo, a veces sueña que está en el tatú disparando a mansalva contra los soldados, pero cuando se acerca a ver, solo ve los ojos de aquel sargento en su momento de agonía.
"Fue una guerra injusta, los muertos los pusimos los pobres. Los soldados eran gente de la nuestra, pobre. Hubo miles de muertes innecesarias. A mi, gracias a Dios no me mataron, pero la guerra mató mi niñez... desgració mi vida", reflexiona José, mientras abraza a su hijo de once años, la misma edad en la cual él vio rodar el arma de un soldado abatido por un disparo suyo... un disparo de un niño.
COMENTARIO 1
Yo me siento muy parecido al hombre de esta historia, con la diferencia de que yo era un niño del otro lado, yo tenia quince años cuando me llevaron al ejercito en el ochenta y cinco, y siempre me pregunte el por que de estar peleándose entre los pobres por que de pobreza yo les puedo dar clases, ya que sufrí hambres, fríos, descalzo, maltratos y malas miradas de los otros pobres que por el solo tener un pan que comer ya se sentían ricos, y siempre supe también que los comandantes eran solo unos aprovechados fueran guerrilleros o, soldados, pues los comandantes andaban de parranda con el dinero que algunos yanquis corruptos les daban por destruir nuestro país y así tener ellos una excusa de como llegar ha sumirnos mas en la pobreza, hubieron también oficiales en el ejercito que solo esperaban encontrar, una bolsa con los pocos dólares que cargaban los guerrilleros para comprar comida, y así retirarse de la guerra es decir buscaban su oportunidad y algunos la encontraron, yo salí del ejercito en el 89,cuando me gradué de sargento en el batallón atlacatl, y al preguntar a un oficial el por que de nuestra guerra no obtuve respuesta, fue allí donde decidí salirme por que no quería morir tontamente, y quiero decir que como este hombre y como habemos muchos compatriotas que nos identificamos, por haber perdido nuestra inocencia sin importar de que lado peleamos, lo que mas me duele es ver ha mi país del lado de quienes, lo destruyeron, quieren ser como los cubanos que nadie los quiere? pues van por buen camino!
COMENTARIO 2
Creo que a esta clase de personas que aún no les han ayudado, por medio de este periódico, si lo leen las autoridades del Gobierno se puede hacer campaña, para que se cumplan los acuerdos pactados, cuando se estaba luchando por la causa. Es cierto lo que dice José, que actualmente están muchos que nunca lucharon por la causa, pero la política es de vividores.
COMENTARIO 3
Estas historias de la guerra son las que se deben dar a conocer a todo el montón de ignorantes que ahora creen que todo se resuelve a balazos, al final los pobres son los que ponen los muertos, en la guerra civil y en todas las guerras, ya sea contra el narco o las maras.
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