San Salvador como Moscú
Marvin Aguilar
En marzo Rusia irá a elecciones presidenciales. Hablo con algunos amigos en Moscú y les pregunto ¿Qué hay de cierto que se avecina una revolución blanca? los jóvenes – me dicen- están cansados de unos dirigentes que con la justificación de detener el comunismo, instalar el capitalismo para que todos podamos vivir mejor, han decidido eternizarse en el poder, no desean abandonarlo, se rodean de amigos que tienen empresas que necesitan del Estado para surgir o engrandecerse. ¿Cuál es la diferencia, sí siempre ha sido de esa manera? Repregunto. La diferencia es que ya estamos hartos de los anticomunistas me dicen contundentemente.
Yo pertenezco a la generación Putin, llegue a Rusia durante la transición Yeltsin- Putin y me marche en el cambio Putin- Medvedev. Nunca había sido testigo de un debate tan apasionado entre instalar el capitalismo, hacer una mezcla del pasado con el presente, un anhelo de vivir como los estadounidenses, un capitalismo sin control voraz que era el que campeaba, corrupción estatal cínica con la idea suprema de crear un sistema propio.
Allí, durante mis clases de filosofía, fue que nuestro profesor nos explicó el marxismo y la nueva sustentación que sobre el capitalismo se hacía en Rusia para evitar caer en las garras de los mercaderes y no perder las conquistas sociales de la revolución.
Ver a los americanos.
Al principio en Estados Unidos había muy pocos negocios constituidos como corporaciones, estas tenían estrictamente definido que podían realizar. Legal y culturalmente una corporación era considerada un regalo de la gente para servir al pueblo. Pero la guerra ya sea interna o externa dieron paso a que nacieran muchas más, sus abogados comprendieron que debían eliminar algunas restricciones que históricamente habían tenido.
Así la ley 14 que daba a los afroamericanos el derecho, por ser personas a que ningún Estado pudiera sin previo juicio quitarles el derecho a la vida, propiedad, libertad fue usada por los abogados corporativos para de igual sostener que un negocio es una persona, y que la Suprema Corte lo admitiera. De esta manera una ley que había sido aprobada para proteger a los recién liberados esclavos, en la práctica por una argucia legal y antiética se puso al servicio de la empresa privada al darles el derecho a poseer propiedades de manera infinita.
Si bien esto dio paso a lo que hoy es base del sistema capitalista moderno y genera miles de empleos y riquezas, enfrenta de igual el problema de la concentración con la subsecuente desigualdad. El conflicto de las personas-negocios, es que muchas en la práctica se vuelven una persona sin moral, que solo busca beneficiar a toda costa a sus accionistas y se olvida de la comunidad, los trabajadores y de pagar lo justo en materia tributaria. ¿Sabemos cómo reacciona el vecindario cuando un inmoral vive en el barrio?
Estas personas-negocios necesitan un conjunto de leyes y se los auto crean para ser diferentes a nosotros, las personas comunes y corrientes; al no tener alma que salvar ni cuerpo que encarcelar, viven siempre al límite de lo legal, para legal o ilegal. Las empresas producen cosas útiles para nosotros, eso es bueno, pero realmente se centran en las ganancias, y estas desafortunadamente nunca serán suficientes y es allí donde comienza el conflicto con las otras personas que si tenemos alma, sentimientos y que nos vemos afectados en forma positiva o negativa por los bienes y servicios, inclusive por las evasiones, elusiones o defraudaciones al Estado.
La ley exige a las corporaciones anteponer los intereses económicos de sus accionistas a los intereses competitivos: los precios se mantienen pero los productos se hacen pequeños; es legal para una empresa anteponer las ganancias a todo lo demás, incluso sobre el bienestar público: inventar o aumentar necesidades. Esto es para recuperar la inversión a corto plazo y con márgenes de ganancia habituales del 25% al 30%. Nadie invertirá 10,000 dólares para ganar $ 150.00 en un año. Se invertirá 10, 000,000 para obtener una utilidad anual de 4, 000,000.
Intereses económicos arropados convenientemente con ideología para evitar la renovación.
Rusia Unida el partido de gobierno le ha mentido a los rusos. La lealtad es lo que se siente dañado desde las elites del poder cuando se publican este tipo de noticias y análisis, el político-empresario que se siente dueño del Estado percibe un ataque en una parte medular: crisis de confianza en las empresas. Se enojan.
Lo que ha cansado a los rusos es que ser leal a un sistema basado en el amiguismo, compadrazgo muchas veces es una tarea difícil, ya que las corporaciones se deben así mismas para crecer y generar dinero y, algunos malos empresarios desean que los resultados negativos para la comunidad, todo lo malo que pueda traer sus intereses al bien común se resuelva con lo que llaman externalidad y nadie proteste por ello y menos periodistas, analistas económicos, sociales o políticos.
Externalidad es el efecto que una transacción entre dos individuos y una tercera parte que no ha consentido ni jugado rol alguno en la realización de la transacción pague el pato por sus metidas de pata. Lo que se ha dado en llamar la privatización de la ganancia y la sociabilización de la deuda.
De eso se cansan los pueblos, de usar la bandera del pasado comunista que racionaba, escaseaba todo y mantenía a raya al pueblo con represión ideológica, política y física para instalar una nueva elite de ricos que desde el Estado se hacen cada vez más ricos. Las palabras de Dimitri Medvedev cuando dijo hace algunas semanas: nos hemos puesto de acuerdo para que Vladímir Putin sea el nuevo presidente de la Federación Rusa, encendió el rechazo social, ya que ¿Quiénes se habían puesto de acuerdo? ¿Ellos, Putin y Medvedev? y ¿el pueblo?
Así, irónicamente los anticomunistas lograron que se desempolvasen las palabras que contraponía Lenin a la frase de Luis 14 de, el Estado soy yo; no dijo el tabarish Ulianov: el Estado somos nosotros.
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