Ya se estaba poniendo viejo pero nunca lo habrías notado, a juzgar por la forma en que trabajaba. Desde que el sol se ponía hasta que se ocultaba tras las montañas, siempre labrando terrenos ajenos para ver si esta temporada la sequia no le jodia la milpa. Nunca me pareció verlo cansado. El simplemente seguía y seguía su tarea bajo el sol. Conocía sus montañas como la palma de su mano. Caminaba por aquí, caminaba por allá, y nunca se perdía entre la espesa nube de árboles; esas arboledas eran sus amigos y acompañantes fieles en su diario vivir. Así fue su vida desde que lo conocí.
Cuando llegaba a casa al final del día con su haz de leña pa’hechar las tortillas, se quitaba su sombrero de paja para limpiar el sudor de su frente mientras decía “gracias a Dios ya pasamos un día mas.” Pues mañana seguiría la tarea. Todavía recuerdo sus manos lastimadas por el pasar de los años y su espalda ya doblada por las bolsas de café que cargaba día tras día durante las cortas.
Parecía como si no le calara el pasar de los años ni el ardiente puñal del sol de medio día. Aunque creo que cada paso que daba estaba lleno de agonía y dolor, nunca dejaría que alguien lo notara, ya que al fin y al cabo, así había trabajado desde sus cinco años.
Servidor perenne de Dios y su iglesia. Nunca se perdía la misa de nueve. Cada domingo se levantaba temprano para ponerse la mudada dominguera y el sombrero de salir. Al llegar a la iglesia se quitaba el sombrero y lo ponía a un lado, eso si, ya antes había dejado el machete envainado en el puesto de mercado de Doña Tere, porque a la casa de Dios no se entra armado. Me gustaba verlo en la iglesia. Tan sereno y sin preocupación alguna que cualquiera diría “que bien se ve Don Chungo”, sin imaginar que mañana estaría “de nuevo en el macho,” tal y como lo decía el.
Siempre le pedía paciencia y fortaleza a tata Dios y también le daba gracias por todas las bendiciones que le había dado a el y a su familia. Aunque, de acuerdo con su pensar, el no se merecía tanto pues no era el hijo más obediente del pequeño pueblo donde vivía.
Cuando lo veo en mi recuerdo con sus pantalones remendados y los caytez ya gastados, podría jurar que hasta lo oigo decir “puerca hombre hoy si jodimos ya empezó a llover y la milpa va’ pegar bien este año”
Mi viejo, como te extraño aunque me amenazaras con mandarme al cuartel. “Allí si te van a ser hombre, jodido” me decía cuando me portaba mal. Y es que para él, el cuartel y la guardia eran cosa buena; eso no se discutía. Al final de cuentas el viejo me quería y a mis hermanos también. El si le hizo frente para ayudar a mi nana a criarnos; ya que mi tata decidió matarse para evadir su responsabilidad.
Por eso te quiero mi viejo, siempre te he querido y siempre te querré y cuando las cosas se ponen perras, siempre pienso en vos y digo: hágale guevos amigo que si mi viejo lo hizo, pues, también puede usted. Un pequeño homenaje para mi abuelo Jesús Aparicio “Don Chungo” Q.E.P.D y para todos los abuelos del mundo.
Herberth Aparicio
Salvadoreño residente en Colorado, US
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