Redacción
Diario El Mundo
Una mujer conducía su vehículo cerca del lugar donde quemaron el microbús y calcinaron a once personas. Ella miró todo lo que sucedió desde el momento en que el microbús comenzó a arder. “Aquello era el infierno”, dice. Recuerda los gritos de terror. Dice que escuchó el llanto de un niño recién nacido. Los pandilleros disparaban a las piernas a quienes querían huir. Esto es lo que nos contó.
De pronto escuché unos gritos despavoridos, horrorosos. Durante toda mi vida, nunca había escuchado algo así... Eran casi las 7.30 de la noche y con mi vista traté de ubicar el lugar de donde se originaban esas voces desesperadas, macabras. Una luz opaca amarillenta no me dejaba ver con exactitud. Yo pasaba por ahí conduciendo mi vehículo cuando me percaté que algo pasaba. Miré hacia un sector y pude notar que aquellos gritos salían de un microbús aparcado cerca de donde estaba.
Los gritos de terror no paraban. En un momento la calle comenzó a iluminarse. El microbús agarró fuego. Adentro escuchaba los gritos de mujeres quemándose. Suplicaban que alguien llegara a sacarlas de ahí. Pero, sólo Dios podía hacer algo por ellas.
Yo estaba asustada. Temblaba. Como sabía que algo grave ocurría marqué en mi teléfono celular el 911. Pero, fue infructuoso. Ese número sólo salía ocupado. Afuera del microbús al menos tres hombres le echaban gasolina para que las llamas cogieran más fuerza. Se reían como dementes.
Yo sabía que no podía hacer nada. Si me bajaba del carro me habrían matado. De eso estoy segura. Yo sólo me encomendé a Dios. No pude seguir manejando. Me quedé impactada. A lo único que atiné fue a apagar el vehículo. Ni en las películas más violentas había visto eso.
Fueron instantes. Minutos. No lo sé. Pero miré como, mientras el microbús cobraba más y más fuego, una mujer salió como volando por una ventana del vehículo. Después me di cuenta que fue su esposo quien la tiró por la ventana para salvarla de las llamas. Era una señora de la colonia Argentina. Vivía cerca de donde yo resido.
Después miré la silueta de un hombre (era su esposo), quien trató de saltar por una ventana después de ayudar a su mujer. Pero, cuando trataba de hacerlo, varios hombres, con pistolas y fusiles, le gritaron que ya era demasiado tarde. Le dijeron que si lograba salirse siempre moriría por sus balas. Yo escuché aquello claramente. No estaba lejos de aquella monstruosidad aunque estaba, brutalmente, paralizada y mi corazón lo sentía al borde un infarto del susto que tenía.
Minutos de terror
Las llamas crecían. Los hombres seguían echándole gasolina al microbús con la gente adentro. En un instante escuché el llanto como el de un bebé recién nacido.
Eso me impactó más porque esos desgraciados no paraban de reírse de lo que hacían. Todo pasó rápidamente. Todavía tengo los gritos grabados en mi mente. Creo que desde que llegué a ese lugar hasta que los asesinos se fueron pasaron como dos o tres minutos. Ellos querían asegurarse que la entrada del microbús estuviese en llamas para evitar que los pasajeros pudiesen huir.
Vi, con mi corazón recogido y el alma echa pedazos, cómo esa gente murió injustamente. Todos gritaban. Se estaban quemando. Pedían ayuda y nadie llegaba. Yo no me atrevía a mover un dedo después de detener mi auto. Habría sido una locura acercarse ahí porque los asesinos estaban armados.
Eso sí, en medio de todo, uno de los pasajeros tuvo la fortaleza de enfrentarse a los hombres y logró escapar.
Yo vi cuando ese hombre huyó. Incluso, lo conozco. Le llaman el “chino”. Él se tiró por una ventana con el pantalón prendido en llamas. Cuando los hombres vieron que trataba de huir, comenzaron a dispararle. Al final, le pagaron dos o tres balazos en los pies. El pobre hombre gritaba pidiendo ayuda y se arrastraba con sus pies heridos. Se arrastraba para pedir refugio. Creo que logró huir. Lo hizo por valentía o por desesperación. Vaya usted a saber.
Aquello era el infierno. Se oían los gritos de la gente quemándose adentro del microbús. Los malditos no paraban de reírse. Seguro estaban drogados. Yo no sé.
Después se fueron corriendo y se llevaron sus armas cuando se aseguraron que el microbús ardía casi completamente.
Cuando el microbús todavía estaba en llamas, llegó un grupo de policías. Ellos comenzaron a auxiliar a las demás personas. Se las llevaban para el hospital. Poco a poco, en medio del infierno, comenzaron a llegar personas. Pese a mis nervios, yo me bajé del carro. Todos llorábamos por lo que estábamos viendo. Se percibía un fuerte olor a carne quemada. Mirar todo eso era horrible, Provocaba nauseas. Yo me puse a llorar. No podía creer que existiesen seres humanos capaces de hacer una cosa de esas.
Los sobrevivientes estaban aturdidos o quemados. En medio del alboroto choqué de frente con la señora que vi salir volando por las ventanas. Mi sorpresa fue reconocerla. Era de mi colonia. Nos conocíamos.
Yo sentía que me moría. Fue duro saber, poco a poco, que toda esa gente que estaba quemada dentro del microbús eran de mi colonia. Eran mis vecinos.
Después me fui a la casa. No pude dormir toda la noche. Lo que más tengo en mi mente son los gritos de aquel niño, o niña, no lo sé. Le aseguro que era un recién nacido el que se estaba quemando.
Por más que trato de explicar o reproducir los gritos que escuché, es inútil: no puedo, al igual que jamás podré olvidar lo que miré. Todos o casi todos pedían compasión. Uno de ellos les gritaba que, por favor, no lo hicieran, no quemaran el microbús. Decía que tenía familia y que mejor se llevaran lo que tenían. Pero, lo mataron. Este es El Salvador que nadie quiere vivir.
JuanEsteban Granados 22-06-2010 07:56
Impactante!!!! Por Dios!!!
Señores del Gobierno (o "Guebierno") reaccionen, no son cucarachas a los que están matando, son a los mismos salvadoreños que un día votaron por Uds. para ponerlos en los puestos en donde están ahora... Por Dios, que bajo hemos caído como salvadoreños, que tristeza que ensuciemos así el nombre del Divino Salvador del mundo con este tipo de noticias, que tristeza manchar así el nombre de El Salvador!!!!
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