Escritor de la Diáspora: Grego Pineda
Sábado 25 / mayo / 2013 TRESMIL
Mario Escobar*
En 1992 se da por terminado un conflicto en
la historia salvadoreña, y con ello se esperaba una nueva etapa cultural. Sin
embargo, el fin de un conflicto dio inicio a una variedad de conflictos entre
los cuales se encuentra la violencia de las maras, la fragmentación de los
bloques de izquierda, el éxodo masivo de salvadoreños hacia Estados Unidos, y
etc. El Salvador se encontraba y se encuentra fragmentado político, social, y
culturalmente. Este es un país en donde las ideologías tanto de izquierda como
de derecha se hicieron sentir, la americanización tomó su parte y aún mantiene
control del imaginario salvadoreño. El país, a la distancia se nos presenta en
cama como un paciente carente de sangre en un hospital sin doctores, que por
falta de un orden práctico no puede mantenerse como una narrativa de
coherencia, sino que, al contrario, se presenta como un espacio inhóspito. Por
tanto, la poesía que resulta de este ambiente, al menos en la diáspora, en
poetas como Grego Pineda, es una poesía que mantiene una visión en función del
resultado de un distinto modus vivendi e interpretación cultural en evolución.
Vivir en un lugar distinto que
constantemente cuestiona su identidad y su base cultural hace que el poeta
Grego Pineda desarrolle un estilo propio. A diferencia de la poesía popular de
los años setentas y ochentas que se prestó para una cultura revolucionaria, la
poesía de Grego resalta las indignaciones sociales. Este poeta hace de su
lengua un arma aguda para exponer el dolor del exilio, la soledad del espíritu
atrapado en un mundo burocrático y tecnológico que amenazan con separar al
individuo de su humanidad tal como lo muestra en el poema «El Password».
Veamos:
La vida exige que introduzca mi password
para activar los sistemas y programas de felicidad, paz y realización.
Escribí la contraseña que creía adecuada,
personal y secreta; pero resultó no ser correcta. Lo intenté nuevamente y
tampoco fue aceptada y en la entrada se leía: «inválido».
Insistí por tercera vez y el sistema se
bloqueó y dictó: «acceso denegado y bloqueado por seguridad».
Al no recordar el abracadabra respectivo y
desde entonces, vivo afuera tratando de encontrar esa palabra mágica.
La poesía que ha venido a quedarse en el
corazón de este poeta, es una poesía que explora la condición existencial del
estado humano de la diáspora salvadoreña. Grego es sin duda un artesano
dedicado a cuidar de la palabra para responderle al mundo que lo marca
descaradamente.
El lenguaje que nos comparte este poeta es
contemporáneo dentro del contexto sociopolítico cultural salvadoreño. Es un
lenguaje que lucha y se manifiesta en contra de esas fuerzas que amenazan con
la deshumanización: guerras contra el terrorismo, la violencia de las maras, el
éxodo de miles de compatriotas y la automatización del sentido conceptual por
parte de la tecnología.
Al leer la poesía de Grego, el lector corre
el riesgo de sentir y dejarse llevar por la desesperación existencial e ignorar
el fuerte pesimismo inducido por las condiciones sociales y culturales que
avasallan al autor. En el poema «A la vida» el poeta lanza una bofetada que
apaga el bullicio que nos automatiza para que pensemos en todas aquellas cosas
que en nuestro día a día nos olvidamos y no nos planteamos. El poeta nos invita
a despertar, a terminar de romper con lo cotidiano. Ante su grito abrimos los
ojos -debemos hacerlo-, desglosamos el cansancio de nuestro vocabulario y vamos
al encuentro de su palabra, porque nos damos cuenta de que lo que dice el poeta
tiene sentido:
Oblígame a confiar en ti… nuevamente:
Ódiame si desconfío.
Oblígame a burlar mi dolor con guiño
evasivo:
Ódiame si me dueles.
Oblígame a insuflarme entusiasmo donde
hay pesar:
Ódiame si enfermo de tristeza.
Oblígame a mirar la muerte como una
reafirmación de ti:
Ódiame si me acuesto con la muerte.
Oblígame a mirarte a la cara y no
odiarte:
Oblígame y Ódiame y así estamos a mano:
¡Traidora!
Así como el poeta le reclama a la vida,
también se da el derecho para reclamarle a su patria. Pero ese reclamo no es un
reclamo existencial, sino más bien es un reclamo forjado bajo las llamas de un
pesimismo muy propio del poeta. Pesimismo que deriva de ese diálogo que el
poeta mantiene con su patria. Es en este dialogo que hay que enfocarse, pues
ese diálogo no sólo aporta nuevos y valiosos conceptos para el estudio de
nuestra realidad en la diáspora, sino que ese conversatorio entre poeta y
Estado, al ser analizado, realza un debate en torno al concepto que el «hermano
lejano» mantiene sobre su patria, desde su exilio en Estados Unidos. En el
poema «Mi Patria» emerge la fuerza de su voz que puede ser grito de protesta o
tentativa de romper con el sentido nacionalista de los salvadoreños:
Te amé, es cierto.
Te amaba porque te necesitaba o quizá te
necesitaba porque te amaba.
Ahora no estoy para emular a Shakespeare
con su Ser o no Ser, así que ni siquiera entraré a aclararme lo escrito en la
línea dos.
Y quizá hasta haya mentido en la línea
uno.
Y es que no sé plantearme este amorfo
afecto por ti. Y para colmo tienes un nombre irónico y sarcástico. Tú no salvas
a nadie a pesar de ser «El Salvador». Si no fuera tan dolorosa tu Historia,
hasta me daría risa disertar sobre tu pretensioso nombre.
La utilidad de este poema no sólo está en
la relación entre poeta y Estado, sino que también está en la relación entre
autor y lector. Es un poema que inicia exponiendo una ruptura amorosa pero
luego se transfigura en un mensaje político que desenmascara una falsa realidad
de amor entre ciudadano y Estado. Esta tendencia, predominante a lo largo de su
poemario, estimula el pensamiento crítico necesario para cuestionar los
procesos democráticos de una nación.
Grego Pineda es directo y no titubea en dar
a conocer las injusticias cometidas por grandes funcionarios como lo fue el
caso Dalton quien fue asesinado vilmente por Joaquín Villalobos y sus
seguidores. Ese espíritu poético juega un papel importante para mantener la
memoria histórica viva. En su poema «EL POETA Y EL COMANDANTE» el poeta tiene
esto que decir:
El Comandante siempre quiso ser poeta. Y
hay obra suya publicada en aquellos tiempos universitarios.
Sus versos no son malos, pero tampoco
merecen comentarse. Fueron intentos simples. Trató de formar un grupo literario
y no pudo. Luego quiso ser guerrillero para luchar por la justicia y la
igualdad. Y en esas andanzas conoció al poeta y novelista. Cierto día, en una
casa de seguridad clandestina, ambos conversaban sobre la vida, el amor,
versos, antologías y corrientes poéticas, y el comandante se frustró tanto que
sin mediar palabra disparó en la sien del ya famoso poeta. Salió del cuarto y
ordenó con voz marcial a sus compañeros: ¡Desháganse de este poeta de mierda!
Y tampoco pudo.
En la poesía de Grego encontramos trazos
paradójicos: el gozo de la vida encuentra dolor y muerte; el poder político se
convierte en algo irrelevante para celebrar el valor del individuo. En suma, es
una celebración a la libertad, la independencia de voz, el goce del amor, el
desvelo por el ser querido, la reflexión filosófica, humanista e individual,
bien provista de contenido y significado de nuestros días aquí en la diáspora
salvadoreña de Estados Unidos.
*Mario Escobar, nació en El Salvador en
1978 y reside en Los Ángeles desde que tiene 12 años. Obtuvo su Licenciatura en
la Universidad de Los Ángeles California (UCLA) y su Maestría en la Universidad
Estatal de Arizona (ASU). Actualmente es candidato a Doctor en Literatura.
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