En una cita bibliográfica, Violeta Bonilla (1926-1999) expresa sobre el significado de la figura: “Quise representar un hombre sin ataduras, sus manos sueltas expresan la libertad intangible, y los cuatro picos del fondo representan otras cuatro naciones centroamericanas”

jueves, 8 de abril de 2010

UNA HISTORIA QUE CONTAR DE SEMANA SANTA XII

5. Los jesuitas de la UCA


El 16 de noviembre de 1989, a eso de las 8 de la mañana, Monseñor Rivera Damas hacía, frente a los cadáveres de los jesuitas, y después de haber rezado ante ellos, el primer comentario ante los medios de difusión que lo acosaban: "Los mató el mismo odio que a Monseñor Romero". Conociendo al Arzobispo y sabiendo la admiración que profesaba a su antecesor en el gobierno de la archidiócesis, no cabe duda que fue una primera calificación de la muerte de los jesuitas como acontecimiento martirial. Una segunda (entre muchas otras segundas) la hizo, también con ese su modo semielíptico, durante la Misa del décimo aniversario de la muerte de Monseñor Romero, pocos meses después. Durante esta Eucaristía, Monseñor Rivera anunció la introducción a nivel diocesano de la causa de beatificación de su antecesor. Hubo una gran cantidad de obispos invitados y una significativa presencia del pueblo salvadoreño.

Pues bien, entre las lecturas iniciales previas a la Palabra, la mayor parte sobre Monseñor Romero, se leyó también, parcialmente, la homilía que el Cardenal Silvestrini tuvo en Roma, en diciembre de 1989, durante una Misa concelebrada con Monseñor Rivera en la Comunidad de S. Egidio. El texto, entre otras cosas, y refiriéndose a los recién asesinados jesuitas, decía: "Tenemos que llamarlos mártires ya. No podemos esperar cincuenta años".

Al final de nuestro recorrido por el tema del martirio nuestra reflexión será muy breve. Baste en ella recorrer lo que decía el informe de la Comisión de la Verdad ya citado, y unas mínimas consideraciones posteriores.

Los jesuitas veían también cuanto de bueno encontraban a su alrededor, trataban de dialogar con ello y usaban la razón como arma. Siendo fuerza de la razón, fueron golpeados por la razón de la fuerza y por la idolatría del poder que antes denunciara Monseñor Romero.

5.1. Los hechos

El asesinato de los jesuitas es, en el informe que manejamos, el caso ilustrativo del capítulo titulado "Violencia contra opositores por parte de agentes del Estado". En él se narra, como antecedente, la identificación que representantes del Ejército hacían sistemáticamente entre los jesuitas y los subversivos. Y se explica la razón de esta animadversión de la Fuerza Armada: "El P. Ellacuría tuvo un rol importante en la búsqueda de una solución negociada y pacífica al conflicto armado. La idea de sectores de la Fuerza Armada de identificar a los sacerdotes jesuitas con el FMLN provenía de la especial preocupación que dichos sacerdotes tenían por los sectores de la sociedad salvadoreña más pobres y más afectados por la guerra. En dos oportunidades anteriores en el mismo año 1989 estallaron bombas en la imprenta de la universidad".

Los días 11 y 12 de noviembre, y en el marco de una ofensiva del FMLN lanzada contra la capital, a través de una cadena nacional de radio controlada por el Gobierno, se lanzaron al aire repetidos y sistemáticos mensajes, a través de llamadas telefónicas, incitando al asesinato de los jesuitas de la UCA y de Ellacuría en particular. El lunes 13 de noviembre, la casa de los jesuitas fue registrada y el 16, a las dos de la mañana, se les asesinó junto con la cocinera de los estudiantes jesuitas de teología y su hija, que estaban alojadas en la sala de visitas de la residencia jesuítica.

Tras su muerte, el Estado organizó una amplia red de propaganda, dentro y fuera del país, con el fin de negar cualquier posibilidad de complicidad en el asesinato, y de insinuar la posible autoría del FMLN en el mismo. Finalmente, y tras la presión internacional, así como forzados por las primeras declaraciones de un oficial norteamericano que acusaba al Coronel Benavides como autor de los hechos, se abrió el caso que culminó con la condena legal del coronel mencionado y de un teniente. La Comisión de la Verdad afirma en su informe, y da los nombres de ellos, que el Jefe del Estado Mayor Conjunto de la Fuerza Armada, "en confabulación" con otros cuatro oficiales de alta graduación (dos de ellos Viceministros de Defensa, y otro Jefe de la Fuerza Aérea) "dio... la orden de dar muerte al sacerdote Ignacio Ellacuría sin dejar testigos". Para la Comisión existe además "plena prueba" de que otros cuatro militares de alta graduación participaron activamente en el encubrimiento del asesinato, así como al menos un miembro de la Comisión de Honor Presidencial que se formó para hacer una breve investigación sobre el caso en el interior del ejército.

5.2. Mártires intelectuales

Aunque los hechos son excesivamente escuetos no añadimos nada a lo dicho, porque entrar en los antecedentes del crimen para demostrar la calidad martirial de los asesinados nos llevaría a la redacción de un nuevo trabajo. Nos limitaremos ahora a describir, en la clave de las dimensiones que hemos establecido previamente, algunos elementos que nos hacen pensar en los jesuitas como auténticos mártires.

Así como al hablar de Monseñor Romero mencionamos al obispo Cipriano, la figura de los jesuitas nos recuerda en primer lugar la de S. Justino, aunque su pensamiento sea tan diferente y las épocas tan alejadas.

Como Justino, los jesuitas fueron intelectuales que amaban profundamente la verdad. Como él, fueron convertidos por la resistencia y el coraje de la gente sencilla, de las comunidades cristianas, de las organizaciones populares que también "iban intrépidamente a la muerte" defendiendo sus derechos y su dignidad, muchos de ellos desde sus convicciones cristianas. Ellacuría no dudaba en decir, a partir de su experiencia entre los pobres de El Salvador, que "estos despojos (se refiere a los despojados de este mundo),en cuanto son llenos del Espíritu y buscan no su instalación personal en el banquete de este mundo, sino la desaparición de las condiciones reales del despojo violento, son el verdadero pueblo que, movido por el Espíritu de Cristo, puede llevar adelante la salvación histórica y con ella la liberación". Así como los primeros cristianos evangelizaron a Justino, así los "pobres con Espíritu", evangelizaron a los jesuitas y los incorporaron a su causa. Ellos fueron los rostros vivientes e historizados de Jesús que condujeron, a Ellacuría y compañeros, a la identificación suprema con el Señor en la muerte injusta y violenta.

Como Justino, los jesuitas trataban de ver la realidad en su totalidad. Justino es el primero en afirmar desde elementos filosóficos, entre los primeros cristianos, la unidad de la creación. El logos spermatikós (semillas del Verbo) sirve a Justino para ver con buenos ojos todo aquello que en la realidad creada tiende al encuentro con su Creador. Para él Sócrates y Heráclito eran de alguna manera cristianos antes de Cristo, vivieron en conformidad con la verdad (con la razón, el logos) y trataron de establecerla en la tierra. También ellos fueron "tenidos por ateos" y perseguidos por los que "vivieron sin razón..., (que son) asesinos de quienes viven con razón".

Los jesuitas veían también cuanto de bueno encontraban a su alrededor, trataban de dialogar con ello y usaban la razón como arma. Siendo fuerza de la razón, fueron golpeados por la razón de la fuerza y por la idolatría del poder que antes denunciara Monseñor Romero. El anuncio y la denuncia se mezclaban, como en Justino, con el claro pacifismo de quien confía más en la verdad como fuerza histórica que en la retórica de la violencia.

El análisis de la realidad es otro elemento común entre estos intelectuales, tan alejados en el tiempo. Justino analiza el por qué de las idolatrías. Y en una síntesis apretada, y en algunos momentos barroca y compleja, va identificando ídolos con demonios, idolatría con el mal en lucha contra el bien, idolatría con sin razón. El por qué de las persecuciones preocupa a Justino profundamente, como también preocupa a los jesuitas la opresión del pobre, verdadera persecución en tantos aspectos: "La realidad de nuestro mundo... no es sino la existencia de una gran parte de la humanidad literal e históricamente crucificada por opresiones naturales y, sobre todo, por opresiones históricas y personales".

Justino no dudaba en decir a los emperadores que los cristianos "somos vuestros mejores auxiliares y aliados para el mantenimiento de la paz". Y en el caso de los jesuitas, el presidente Cristiani llegó a decir que la Universidad, UCA, que ellos regentaban era "la única oposición constructiva" en el país. Los jesuitas no eran enemigos ideológicos, sino personas con una posición en la que se buscaba, como el bien mayor de El Salvador, la paz construida sobre el diálogo y los derechos de los pobres. No fueron asesinados por sus ideas sino por su compromiso personal con la causa de los pobres. Aunque, por supuesto, tuvieran formulado con gran rigor intelectual el por qué de sus compromisos. La dimensión política no era oportunismo, sino afán de servir a un conjunto social que podía, también, ser purificado desde el Evangelio.

Y, finalmente, el debate vuelve a unir a nuestros intelectuales. Apologeta uno, defensor del cristianismo frente a la sinrazón de los perseguidores, escritores de combate otros, dispuestos a inquietar las conciencias de todos aquellos que viven alegremente, cómplices conscientes o inconscientes con la pobreza injusta que domina como rasgo inquietante primordial el panorama mundial.

Al final, la sin razón, la envidia y la cólera de quienes traficaban con la verdad en propio beneficio (Justino, y después Taciano, acusa a Crescente, seudofilósofo, de ser la causa, por envidia, de su condena) acaba con la vida de nuestros filósofos cristianos de modo muy semejante. Si el odio del nombre fuera una condición de autenticidad para el martirio (recordemos que Justino fue el primero en denunciar el odio contra el nombre de cristiano), habría que reconocer también que Ellacuría y compañeros lograron que el nombre de "jesuitas" fuera odiado genéricamente por los perseguidores.

Y es que la pasión por el Reino de Dios convertía a Ellacuría y sus compañeros en personas profundamente libres, a veces incluso demasiado, a juicio de algunos eclesiásticos. Hoy podemos decir de ellos lo que Minucio Félix ponía en boca de un pagano al hablar de la religión cristiana: "levantó su libertad contra los reyes y los príncipes, y sólo la entregó a Dios, a quien pertenecía"

Se podrá decir que esta comparación con Justino no prueba los rasgos martiriales que hemos expuesto como elementos para discernir la autenticidad de un martirio. A mi juicio se trata de todo lo contrario. Los mártires encarnan en la historia, cada cual a su manera y según su trabajo y vocación en la vida, los rasgos martiriales apuntados. Quien lea con atención los escritos de Justino y el testimonio sobre su muerte, verá en ellos rasgos de un estilo de vida muy especial. Filósofo entre filósofos, con teorías a veces caprichosas, pero amante siempre de la verdad. En los jesuitas de la UCA, más allá de las acusaciones de que puedan haber sido objeto, hay siempre una pasión por la verdad de la realidad y una capacidad de compromiso ante la misma, que no difiere al final del recio estilo de Justino. Las diferencias son, por supuesto, muchas, pero no las suficientes para romper la trayectoria de vidas entregadas a lo que se consideraba un servicio a los perseguidos de su tiempo desde la reflexión y el pensamiento. Cuando la memoria histórica recuerde, pasado el tiempo a los jesuitas asesinados, los recordará por algo muy parecido a lo que hoy recordamos de Justino: por su apología de los pobres y perseguidos de El Salvador y del mundo entero.

5.3. La motivación de fondo

Como testigo presencial de su vida en los últimos años, no me cabe duda que la motivación de los jesuitas asesinados, en su trabajo por la paz, en su labor universitaria y en su acompañamiento de comunidades religiosas y campesinas, cuando el tiempo se lo permitía, nacía de su fe en el Dios del "Reino". Y surgía también de su interiorización e historización del carisma jesuítico que ve en el "ayudar a las ánimas" la "Mayor Gloria de Dios" en esta tierra, y que busca siempre "el bien más universal". Con frecuencia repetían que en la situación de emergencia en la que vivía el país "salvar vidas" era más importante que todo lo demás. Y por ello ponían la universidad al servicio sistemático de la paz, de la justicia y de los derechos humanos, especialmente de los derechos de los pobres, que eran los que más sufrían.

Ellacuría gustaba de decir provocativamente que eran parciales, pero no por gustos ideológicos, sino porque la misma realidad era parcial. Eran los pobres los que más sufrían y era el gobierno el que más mataba. La Comisión de la Verdad, en su análisis de la violencia en El Salvador, les dio a posteriori una razón difícil de negar desde el principio y sólo disputada por el poder encubridor de quienes dominaban mecanismos capaces de manipular los medios de comunicación. Su parcialidad estaba en línea con la parcialidad profética del Antiguo Testamento, que dibujaba a un Dios parcial en favor de los pobres. O de la misma parcialidad que nos muestran las señales del Reino (Lc 4, 16-22).

En los jesuitas de la UCA, más allá de las acusaciones de que puedan haber sido objeto, hay siempre una pasión por la verdad de la realidad y una capacidad de compromiso ante la misma,

Como fundamento vital de la acción desempeñada por los jesuitas asesinados, se puede citar, refiriéndolo a todos ellos, lo que Jon Sobrino, sobreviviente casual de la masacre, decía de Ellacuría: "Si algo me llamó poderosamente la atención en Ellacuría desde el principio fue su pasión por el servicio. Su pregunta fundamental, transcendental, diríamos, fue siempre la de qué tengo que hacer, mediación histórica del buscar siempre la voluntad de Dios y cumplirla, tan típicamente ignaciana. Su pregunta en el hacer cotidiano... era también la de S. Ignacio: a donde voy y a qué. Y la esencia de ese hacer fue, por último, servir, esencial también al ideal ignaciano de en todo amar y servir... Y no sólo dedicó su vida a servir, sino que a lo largo de toda ella fue preguntándose qué significaba en concreto ese servicio al que se sabía llamado. Y paulatinamente llegó a comprenderlo no como cualquier servicio, sino como un servicio específico: bajar de la cruz al pueblo crucificado".

5.4. Reflexión final

Identificación con Jesucristo, creación de Iglesia, valores cristianos encarnados en la realidad histórica, anuncio del Reino, denuncia del antirreino, dimensión política del compromiso cristiano, opción pacífica por la transformación de este mundo, libertad y resistencia como actitudes frente a la realidad, dimensión apostólica de la vida y de la muerte, son los rasgos que mencionábamos como característicos de los mártires del pasado. Desde su especificidad personal se dieron también en los jesuítas como en tantos otros muchos.

Las acusaciones de complicidad con los asesinatos de la izquierda, de implicación política, de rebeldía sistemática frente a la autoridad, quedan cada vez más arrinconadas, como han quedado arrinconadas las acusaciones de orgías y convites de Tiestes que se hacían a los primeros cristianos. La muerte pacífica, intrépida, como decía Justino, "aquella libertad esclarecida, que donde supo hallar honrada muerte, nunca quiso tener más larga vida", se impone al observador de buena voluntad. Y sus vidas, a la luz de su muerte, cobran un nuevo resplandor que los identifica con el Cordero que, a pesar de haber sido sacrificado, permanece de pie (Ap 5, 6). De nuevo, el criterio apostólico nos habla de la autenticidad de su martirio. Los jesuitas asesinados, en efecto, contribuyeron desde su muerte cargada de sentido, a una aceleración de las conversaciones de paz, a una presión internacional más fuerte en favor de la misma paz y a una puesta sobre el tapete, nuevamente, de los muertos injustamente a lo largo de la guerra.

Los mártires de hogaño sí hacen nido en los martirios de antaño. Con las diferencias obvias de época histórica, el espíritu es el mismo y las idolatrías con que se enfrentan son muy semejantes. Que sean, al respecto, unas palabras de Monseñor Romero las que cierren este trabajo: "El cristiano adora ese Dios en Cristo nuestro Señor. Y si por rechazar idolatrías falsas tiene que morir por ser fiel a su único Dios, Dios lo resucitará. Tenemos gracias a Dios, páginas de martirios no solamente en las historias pasadas, sino en la hora presente".

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