Continuación.....
1) La figura del profeta. En efecto hay toda una serie de textos que inducen a pensar que la situación del profeta tiene como trasfondo natural y contiene en su horizonte interpretativo una posible muerte violenta. El profeta puede ser llamado "mártir", aunque todavía estemos lejanos de la teología del martirio como se la interpretará sucesivamente. Los ejemplos de asesinato del profeta son bastantes frecuentes: Jer 26, 8-11 describe la reacción de los oyentes al discurso del profeta sobre el templo: "¡Vas a morir! ¿Por qué has profetizado en nombre del Señor diciendo que este templo será como Silo?... Este hombre debe ser condenado a muerte porque ha profetizado contra la ciudad". Pocos versículos más adelante (26,20-23) se habla de como también el profeta Urías murió por haber profetizado. En 2Crón 24,17-22 se habla de la muerte del profeta Zacarías, apedreado "en el patio del templo del Señor". En el desahogo de Elías ante el Señor, en 1Re 19,10-12 se habla de cómo "los israelitas han abandonado tu alianza, han destruido tus altares, han pasado a espada a tus profetas. He quedado yo solo, y me buscan para quitarme la vida". En Neh 9,26 se encuentra el ejemplo más claro de admisión de esta praxis; en la lectura que hace Esdras de la Torah se acusa al pueblo de haber pecado: "Fueron insolentes, se rebelaron contra ti y echaron tu ley a sus espaldas; mataron a tus profetas, que les exhortaban a convertirse en ti, y te ofendieron gravemente". La misma figura del ébed Yhwh del Deutero-Isaías puede tomarse como la imagen simbólica del destino del profeta.
Así pues, el profeta es testigo de la palabra que le ha dirigido el Señor y tiene que seguirla fielmente hasta el fin; su muerte será vengada sólo por Yhwh: Yo tomaré venganza de la sangre de mis siervos, los profetas y de la sangre de todos los siervos del Señor" (2Re 9,7).
2) Las vicisitudes históricas de Israel. En la interpretación que se le da a la historia, y de manera más peculiar a los acontecimientos sangrientos que la atraviesan, es posible señalar una primera "teología del martirio" por obra del pueblo hebreo. Más directamente, en la época de los Macabeos, en aquel decenio que vio a Israel dominado por la Siria de Antíoco IV Epífanes (175-163), es cuando puede fijarse la aparición de esta reflexión. El intento de referir a una matriz común la interpretación del sufrimiento y de la muerte por causa de la fe. de los padres es lo que constituye la idea germinal de una "teología" del martirio, que curiosamente tiene como punto de origen una "teología" de la historia (l Historia, III) (cf Dan 11-12; 2Mac 6-7).
Es fácil descubrir en estos textos que la muerte del inocente es recibida como un testimonio profundo, eficaz, capaz de mantener firme la fe y de suscitar la esperanza en la intervención del Señor. En este sentido es muy expresivo el relato de 2Mac 6,12-30, que habla de la persecución del pueblo y de la muerte de Eleazar. De esta perícopa se desprenden algunos datos significativos: en primer lugar, el hecho de que el momento de la prueba y de la persecución es interpretado como un momento de gracia (v. 12); el Señor, a través de esta experiencia, corrige a su pueblo y lo robustece en la fe (vv. 14-16); el testimonio del justo que acepta la muerte con tal de permanecer fiel a la ley antigua tiende además a confirmar a los más jóvenes en la fe de los padres (vv. 24-28); así pues, la muerte es acogida como signo de amor (v. 30); el justo perseguido, finalmente, es descrito como el que tiene plena libertad ante la muerte y ante el perseguidor, pero que sin embargo no tiene miedo de optar por ella (v. 30).
Por tanto, para el AT, el testigo que acepta la muerte en nombre de la fe es inocente de toda culpa; su sufrimiento y su muerte se consideran como purificadoras para el pueblo y como signo del testimonio mayor que el pueblo pudiera recibir. El contenido de la oración de Judas el Macabeo puede corresponder muy bien a lo que se ha descrito: "Y suplicaban al Señor que mirara al pueblo pisoteado por todos y que se compadeciera del templo contaminado por hombres sacrilegos, que tuviera también piedad de la ciudad devastada, a punto de ser completamente arrasada; que oyera el clamor de la sangre, que pedía a gritos justicia; que se acordara también de la muerte inicua de niños inocentes" (2Mac 8,2-4).
b) Nuevo Testamento. El NT se caracteriza por el carácter central de Jesús de Nazaret. El misterio de su muerte salvífica es el eje de la interpretación del martirio cristiano. Su vida, y particularmente su pasión y su muerte (l Misterio pascual), se convierten en el centro y en la clave hermenéutica que ilumina los mismos sufrimientos de los discípulos y la vida de la comunidad primitiva, que en estos momentos verifica concretamente su fidelidad al maestro: "Ellos salieron del tribunal muy contentos por haber sido dignos de ser ultrajados por tal nombre" (He 5,41; cf 7,58-60; Flp 1,13; 2Tim 2 3).
Así pues, hay que. considerar dos elementos con vistas a una lectura global de los datos neotestamentarios:
1) El hecho de que Jesús quiso dar un significado a su propia muerte. Entre los datos ciertos que pueden aceptarse como pertenecientes al Jesús histórico deben contarse con toda seguridad el de la conciencia que Jesús tenía de una muerte violenta y el del significado salvífico que se le dio.
Jesús de Nazaret tuvo ante sí, con plena lucidez, la conciencia de saber que su comportamiento y sus palabras lo llevarían inevitablemente a una muerte violenta. El hecho de que los contemporáneos y los mismos discípulos lo comprendieran como un l profeta (Me 8,28), la muerte del Bautista (Mt 14,1-12), su solidaridad con los pecadores públicos (Me 2,1516), la crítica de la ley mosaica (Mt 5,17-48), la acusación de blasfemia (Me 2,6; 14,64), la sospecha de que practicaba la magia o la hechicería (Mt 9,34), la expulsión de los comerciantes del templo, las duras palabras contra los sacerdotes (Me 11,15-18. 28-33) y sobre todo su pretensión de ser de forma privilegiada el hijo de Dios (Jn 5,18), e incluso uno solo de estos hechos, dejaba vislumbrar la posibilidad de una muerte violenta. No hay que olvidar tampoco que en varias ocasiones, como nos refieren los evangelios, Jesús estuvo a punto de ser apedreado.(Jn 8,59; 10,31-33; Le 4,29).
Por consiguiente, Jesús no se mostró pasivo ante la perspectiva de este tipo de muerte; al contrario, sacó motivos de allí para dirigir su existencia dentro del horizonte de una muerte violenta, acogida para la salvación de todos (Jn 3,14-15).
2) El destino de sus discípulos. Se repite continuamente en los textos del seguimiento (cf Me 8,34; 13,9) la unidad profunda que liga la suerte de los discípulos con la del maestro. El seguimiento determina la inserción en la misma misión de Cristo y, por consiguiente; la necesidad de compartir su mismo sufrimiento y su muerte (Mt 16,24; 20,22-23).
Ciertamente, el NT no relacionó la idea del martirio con la aceptación de la .muerte; también allí se llama mártir al que da testimonio de su fe y atestigua la verdad del evangelio. El ejemplo más claro en este sentido es el de Esteban, que no es llamado mártir por el hecho de morir, sino simplemente porque es testigo de Cristo en su actividad evangelizadora:
La conclusión que se deriva de los textos neotestamentarios es, por consiguiente, que el mártir es esencialmente el testigo ocular de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor; a continuación, todos los discípulos son llamados mártires-testigos, ya que atestiguan la verdad del evangelio en las diversas situaciones de vida, aun a riesgo de la persecución y del sufrimiento (1Pe 4, 12-19). La teología paulina será particularmente sensible a la hora de unir el apostolado y la misión evangelizadora con la aceptación del sufrimiento (cf Rom 6,4-15; Gál 5,1625; 1Cor 6,11-10.31; 13,4-7; 2Cor 5,14-15; 1Tim 6,12).
Tan sólo un largo proceso, como se recordó anteriormente, llevaría a la identificación del mártir con aquel que se hace testigo de la fe hasta el don de la vida. La carta de Clemente (96 d. C.), Ignacio (115), el Pastor de Hermas (140), aunque conocen ya la experiencia del martirio, no utilizan todavía el término en este sentido.
A partir del Martyrium Policarpi asistimos a un interesante desarrollo teológico sobre el martirio. La nueva acepción de mártir se aplica ahora a Cristo, iniciándose así una primera reflexión auténtica sobre los mártires, que los entiende como testigos de la caridad perfecta a ejemplo de Cristo.
2. EL MARTIRIO EN TEOLOGÍA FUNDAMENTAL. El martirio, corlo objeto de estudio teológico, pertenece a diferentes disciplinas, que analizan sus diversos aspectos con vistas a una complementariedad para su lectura global.
La teología dogmática, por ejemplo, valorará más directamente en el martirio el elemento de testimonio para la verdad del evangelio; la espiritualidad, por su parte, estudiará sus formas y sus características para que pueda ser presentado también hoy como modelo de vida cristiana; la historia de la Iglesia intentará reconstruir las causas que produjeron situaciones de martirio y valorará la exactitud de los relatos más allá de toda lectura legendaria; el derecho canónico, finalmente, valorará las formas y las motivaciones con las que se realizó el testimonio del mártir, para establecer su validez con vistas a la canonización.
La teología fundamental estudia el martirio dentro de la dimensión apologética, para mostrar que es el lenguaje expresivo de la revelación y el signo creíble del amor trinitario de Dios. Mediante el testimonio de los mártires se muestra que todavía hoy la revelación tiene su fuerza de provocación respecto a nuestros contemporáneos bien para permitir la opción de la fe, bien para vivirla de forma coherente y significativa.
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