En una cita bibliográfica, Violeta Bonilla (1926-1999) expresa sobre el significado de la figura: “Quise representar un hombre sin ataduras, sus manos sueltas expresan la libertad intangible, y los cuatro picos del fondo representan otras cuatro naciones centroamericanas”

miércoles, 7 de abril de 2010

UNA HISTORIA QUE CONTAR DE SEMANA SANTA VII

2) Seguimiento de Cristo. Con esta expresión se quiere mostrar la libertad del sujeto de optar por la fe y por las últimas consecuencias de la misma. El seguimiento de Cristo no es un acto de simple profesión, sino praxis concreta de vida y, al mismo tiempo, testimonio eclesial, ya que se inserta en la única misión de la Iglesia.


3) Don de la vida. Se indica aquí la característica constitutiva del martirio, la muerte. Pero se la comprende no en sentido negativo -la muerte como privación de la vida-,sino de forma positiva: el mártir no muere, sino que entrega y ofrece su vida dentro de la plena libertad que ha adquirido. El martirio es un acto con el que se sigue viviendo.

4) La verdad del evangelio. Se pretende hablar de la salvación. El elemento último y definitivo del anuncio evangélico es la vida eterna, es decir, la salvación que nos ha llegado en la persona de Jesús de Nazaret. La salvación tiende a crear la persona como un objeto libre, plenamente realizado en su naturaleza, y precisamente por eso capaz de dialogar con Dios. Esto significa que la verdad del evangelio es también anuncio salvífico de la dignidad y sacralidad del hombre. Por tanto, cada una de las acciones en favor de la dignidad humana tiene en sí misma un carácter salvífico y cada una de las acciones que tienden a suprimir o a obstaculizar semejante anuncio debe considerarse como un obstáculo y una persecución contra la fe.

5) Reconocido por el pueblo de Dios. De esta manera se quiere recuperar concretamente la importancia de la comunidad local, en sintonía con la praxis de la Iglesia de los primeros siglos. La comunidad participa siempre del martirio de uno de sus miembros; por eso precisamente es la única capaz de comprender el alcance de aquel testimonio y de juzgar su signo como expresión auténtica del amor cristiano. Es la comunidad local la que sabe reconocer cuándo la muerte del mártir ha sido por la "verdad del evangelio" y no por otros fines; en efecto, en ella es donde el mártir nace, crece y se robustece tanto en la experiencia de fe como en la preparación para el propio martirio,. Para los mártires de los primeros siglos era inconcebible una vida fuera de la comunidad, y en muchos casos se tiene el testimonio de una comunidad que llega a corromper a los carceleros para poder estar cerca de su mártir.

6) La Iglesia confirma. No se quiere ciertamente disminuir el valor de la canonización, que permanece vinculado al acto infalible del papa, sino más bien resaltar el carácter universal de la santidad del mártir, que es propuesto al culto y al ejemplo de todos los cristianos.

El martirio no es una especulación intelectual, sino una concreción de vida; más aún: es el punto culminante de una existencia plenamente humana, expresa la libertad plena del hombre ante la muerte.

El obispo mártir Óscar Romero decía en la homilía del sábado santo de 1979: "Gracias a Dios, poseemos páginas de martirio no sólo de la historia pasada, sino también de la hora presente. Sacerdotes, religiosos, catequistas, hombres sencillos del campo han sido masacrados, despojados, abofeteados, torturados, perseguidos por ser hijos fieles de este único Dios y Señor". Pues bien, ningún creyente que haya tomado seriamente conciencia de su propia fe puede pensar que no ha sido llamado al martirio. El martirio pertenece hasta tal punto a la esencia misma de la vocación cristiana que constituye el "caso serio" de la vida de cada uno.

Aquí nos sentimos llamados a dar la respuesta última de la petición de amor, ya que se comprende y se tiene la certeza de que otro, por nosotros, ha entregado gratuitamente su vida como testimonio de amor.

El martirio se presenta, por tanto, como aquella realidad que todavía hoy puede la Iglesia, con orgullo, ofrecer al mundo como el signo más grande del amor realizado por el hombre. Cada uno, ante este signo, se siente interpelado y tiene que tomar posición. Por tanto, preguntarse si hay todavía hoy mártires y quiénes son es preguntarse si también hoy la Iglesia está en disposición de presentar el amor inmutable y fiel, que tiene su fuente en la trinidad de Dios.

Si el mártir es el signo del amor más grande, esto es, sin embargo, una señal de que todavía hoy, en el mundo, se da el rechazo de Dios y de que hay personas alérgicas al anuncio profético y a la fuerza testificante de las comunidades cristianas. Es verdad, estos nuevos perseguidores, cada vez más hábiles por estar cada vez más ligados a formas oscuras del poder, no ofrecerán al creyente la posibilidad de atestiguar la fe y el amor como en los primeros tiempos de la Iglesia: no condenarán a muerte con sentencias jurídicas pronunciadas por los tribunales...; en los perseguidores de nuestro tiempo se disimula una forma más solapada, más grave y más taimada de perseguir: la burla, la banalización, la indiferencia o la calumnia..., y a veces la muerte a traición.

El coraje de los mártires, por consiguiente, apela al coraje de poner siempre, incesantemente, nuevas formas y estilos de vida que anuncien la fuerza victoriosa de la persona de Cristo, que sigue hoy viviendo en medio de los suyos, que lo proclaman -como los primeros creyentes- Señor y testigo fiel.

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R. Fisichella

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