Esta semana hemos podido darnos cuenta sobre sucesos que involucran a las Fuerzas Armadas salvadoreñas: el crimen organizado está tratando de infiltrarla, aprovechándose de que cada uno en este país ha decidido fijarse un precio. Luego la orden de busca y captura internacional sin fianza contra 20 miembros del ejército por el asesinato de los padres jesuitas y dos domésticas en noviembre de 1989.
Todo comenzó cuando dos sargentos y cuatro soldados, aparentemente por iniciativa propia, sin ninguna otra intermediación de mandos altos habían planeado traficar armamento que se supone debían destruir en el departamento de la Paz; el Ministerio de la Defensa Nacional ha manejado el proceso en total hermetismo, así que las conjeturas estarán a la orden del día. Luego una ex oficial procesada ya por deserción fue detenida en plena transacción de venta ilegal de equipo castrense en un centro comercial en San Salvador.
El general Munguía Payés ha demostrado que la tropa así como vigila afuera, tiene que hacerlo hacia adentro, de igual nos envía el mensaje que bajo su mando el ejército nacional no se verá infiltrado por el crimen organizado y el narcotráfico. Podemos estar tranquilos.
Si los cárteles sienten que las armas, drogas, o materias primas de estas pueden entrar, transitar y salir de El Salvador es debido a que las fronteras se han convertido en poco más que formalidades para ellos y sus empleados nacionales y es hacia allí que hay que dirigir también las investigaciones. Pero aquí entran en funcionamiento la PNC y el Ministerio de Gobernación, FGR y, coordinar los créditos institucionales entre tanto ego e interés como siempre será difícil.
Este dilema inter institucional no detendrá el proceso que llevamos para convertirnos en un Estado débil, es decir, uno que no tiene la capacidad, la voluntad --o ambas-- de gobernar, entendido de esta manera porque se pierde la soberanía, el control sobre lo que sucede dentro del territorio, y esto aquí es un riesgo latente si no se vuelve eficientes a los organismos estatales responsables en cuanto a resolver prontamente los casos de delincuencia de todo tipo.
Alea jacta est
La militarización de la policía es algo inconstitucional, más no así volver castrense la dirección de la misma, el clamor del pueblo que reclama soluciones inmediatas pasará factura tarde o temprano al ministro Manuel Melgar, para dejar paso al corredor de fondo Munguía Payés que se está construyendo las credenciales necesarias no solo para enfrentar la delincuencia, sino para una vez resuelto este problema, gobernar al país en un segundo gobierno, esta vez con una izquierda nacionalista más parecida a la de Correa que la de Chávez, lo que dejaría cojeando al discurso ideológico de la derecha, algo que se impidió con fraude y trampa en 1977. Surrealista: mientras esto sucede nosotros estamos en el medio, aportando muertos.
La orden del juez de la audiencia española de igual ofrece oportunamente las bases para desmarcar a la actual profesional Fuerza Armada de la vieja guardia armada, al fin y al cabo son miembros ya de baja, que tendrán que responder por sus actos en tierra ajena. La izquierda radical quedará convencida de la transformación de la institución militar hacia la democracia.
Después de todo ¿quien en su sano juicio defenderá acciones, que así como las narró Eloy Velasco rozan el género del absurdo?: el juez describe que cuando los militares llegaron a la UCA los jesuitas salieron "alertados por el ruido" y se tiraron al suelo por orden de el sargento Ramiro Ávalos Vargas, que en su "confesión" recordó que "no parecían peligrosos", eran bastante mayores e iban "desarmados", por lo que "tuvo que recordarse a sí mismo que eran 'delincuentes terroristas' y que sus “cerebros era lo que importaba”.
Al mismo tiempo que Ávalos y otro militar ya fallecido dispararon a la cabeza a los sacerdotes, el sargento Tomás Zárate Castillo disparó a la cocinera y su hija, "que se agarraban la una a la otra", pero cuando Ávalos descubrió que "aún seguían vivas en el suelo abrazadas", ordenó al soldado José Alberto Sierra Ascensio que se asegurase de su muerte.
La historia no es una línea recta, un círculo es
Oscilamos debido a la sobrepoblación y la constante crisis económica entre un Estado débil y uno fallido, por momentos mejoramos, pero no superamos consecuencia de los dogmas salvadoreños, la herencia maldita que llamaba Alberto Masferrer, esa categoría de país agónico consuetudinario.
El reto de la presente administración si bien no es dejarnos en el primer mundo, sí tiene la obligación de alejarnos de la mexicanización, para ello hay que comenzar a reconstruir nuestras capacidades, una labor de paciencia, minuciosa, desde los orígenes, acompañar esto incluso con nueva infraestructura física algunas con filosofía de lo local, de igual reglas económicas, legales, políticas mínimas: profesionalizar a los policías y los ejércitos; gestionar la apertura de los mercados de Estados Unidos y Europa de los bienes agrícolas manufacturados nacionales y, esto, desde luego, lleva tiempo para realfabetizarnos y reentrenarnos para crearlos en caso –como es el nuestro- de no existir tales ofertas.
http://www.lapagina.com.sv/editoriales/51991/Los-malos-militares
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