El vivo a señas y el tonto a palos
Marvin Aguilar
El Salvador, nuestra patria, ha sido escenario no de
luchas y conquistas para el bien de sus habitantes, menos territorio donde las
grandes potencias han dirimido los destinos universales de su ideología; se
construyó, formó y, continúa siendo el coto de caza de los amos de turno. Nunca
han existido grandes eventos porque jamás hemos permitido hombres geniales.
Somos una pieza, ladino, desclasado, sin identidad y debido a ello estamos como
estamos.
Algunos –por
ejemplo- piensan que los grados de
violencia son nuevos, asesinatos, robos, grupos de marginales asaltando y
matándose entre sí, desintegración familiar son antiguos problemas sociales que
los políticos nuestros nunca han deseado resolver, la constante: gobernar para el pueblo, pero sin él ha
servido para vivir siempre bajo la presión entre grupos que sean extorsionado
los unos a los otros.
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pasado I
Rafael Zaldívar fue el presidente que comenzó hablar
de progreso: el nuevo Estado capitalista iba a tener de base económica el café.
Para eso fue necesario romper con la tradición que los españoles establecieron
tanto con indígenas como con afro descendientes: diferenciar métodos de negociación con las
castas que permitían tomar decisiones comunes.
Se extendió la idea que los campesinos al vivir bien
en el campo no sentían la necesidad de trabajar sus propiedades volviéndolos
haraganes. Fue prioritario privatizar
tierras comunales que eran la mayoría, perjudicando a pueblos originarios
ya que aquello que se entendió como obstáculo para el progreso era en realidad
un sistema de producción bio-ecológico que no buscaba enriquecerse sino
satisfacer las necesidades humanas.
Se requirió para progresar tener una mano de obra que
por medio de una ley, la de policía de
1882 estableciera el peonaje por deudas; esto en la práctica se volvería el
sistema predominante de explotación laboral. Ahora es el crédito.
Por el físico los salvadoreños siempre hemos sido
sospechosos de ser delincuentes, Zaldívar decide en 1881 legalizar la tortura
para la delincuencia común. Para castigar el desorden social se estableció palos de forma pública en plazas,
parques o esquinas de las calles por las autoridades.
Esta forma de código moral, que se animaba desde el
Estado para establecer orden tomó carta de legitimación benéfica como medida
educativa en los hogares, escuelas y fue instalándose como una manera de
justicia en todos los órdenes de la vida de los ciudadanos. El castigo físico
se concluyó, era la única forma de atemorizar a potenciales transgresores de
las normas religiosas, morales, jurídicas y de la convivencia entre gentes.
Hasta aquí podrá comprender el lector sin ahondar en
mayores explicaciones como estas leyes fueron volviéndose odiosas dentro de la
población más numerosa en los primeros años de la naciente república
salvadoreña: indígenas y ladinos que
fueron siempre donde recaía ya sea por acción u omisión las consecuencias del
progreso nacional.
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pasado II
Para atajar el descontento de las reformas que requirió
el nuevo Estado cafetalero, Zaldívar creó por fin un ejército formal y
compuesto con reclutas – a la fuerza-
de las castas que aun perduraban de la colonia: indios y mulatos. Un gobierno que le preocupe más el crecimiento
económico que los derechos del hombre tarde o temprano tendrá su revuelta. Y
así fue. Llegó la revolución desde su interior.
Pero para que ARENA pierda necesitará su GANA. Y eso
sucedió exactamente, la clase dominante se dividió. Primero fue porque si bien todos los ricos se beneficiaron
económicamente de las leyes del progreso, les indignó que otros ganaran mucho
más de lo debido y en forma ilegal. Segundo
un grupo de liberales deseaban impulsar la democracia como sistema político, y
trajeron ideas subversivas como el derecho a la insurrección, eliminación de
cárcel por deudas, de penas infamantes y suplicios para el salvadoreño.
Zaldívar que había llegado al poder por las armas
había prometido un mundo de libertades pero manteniendo oprimido al pueblo
después de nueve años en el gobierno desilusionó a las mayorías.
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pasado III
Los intelectuales liberales u oligarquía rebelde bajo
el liderazgo del general Francisco Menéndez
se aliaron con indígenas y mulatos de Cojutepeque y Santa Tecla al mando
del general afro descendiente José María Rivas para derrocar al tirano.
Y lo lograron, pero fue determinante en esta guerra la
participación de una aguerrida masa revolucionaria comandada por el mulato
general Rivas; a la larga una espada de Damocles sobre Menéndez. Estos una vez
en el poder exigieron al nuevo presidente Menéndez cumplir con lo ofrecido
además de incluir en la Constitución el derecho a la insurrección, prohibir la
reelección presidencial, reducir el periodo a tres años, someter al ejecutivo
al refrendo del parlamento, permitir la portación de armas y darle autonomía a
la tropa.
El presidente
traicionó la revolución que lo llevó al poder. Mandó disolver con apoyo del
ejército la Asamblea Constituyente y convocó a una nueva sin el pueblo
redactando leyes a su medida. Viendo esta felonía José María Rivas decide
lanzarse a la presidencia y, la reacción de la oligarquía hasta cierta medida
democrática fue la de no dejar en manos de un líder que provenía de los
indígenas y mulatos los destinos de la patria.
Se rompió así la coalición entre los grupos populares
y un sector de la elite salvadoreña, que cómo medida preventiva de organización
popular promovió luego la eliminación de las diferentes identidades nacionales:
kakawira, lencas, chortís, nahuat-pipil, afro descendientes, criollos, por una
llamada mestiza.
Incertidumbre
radical
Al final lo único que el desleal gobierno de Menéndez
otorgó a las masas fue la eliminación en 1888 de la prisión por deudas. Las luchas internas entre las masas y el
gobierno Menéndez las ganó este último; mientras tanto los conservadores que
antes habían sido derrotados por esta unión de pueblo y oligarcas rebeldes y
acusaron de implantar ideas malignas extranjeras en el pais al gobierno se
valieron de los hermanos Ezeta de Guatemala para derrocar a sus enemigos
liberales.
Así estaba el general Francisco Menéndez celebrando su
quinto aniversario de la revolución cuando los militares lo traicionaron: el general Marcial entró al salón donde se
llevaba a cabo la celebración y ordenó a todos rendirse.
El presidente quiso usar el teléfono, pero estaba
desconectado; llamó a su estado mayor presidencial, habían desaparecido; por último
gritó a sus sirvientes, no estaban. Entonces le sobrevino un infarto que acabó
con su vida.
Luego habría otra guerra para echar a los chapines,
después vino 1932; en 1992 terminamos la última guerra civil y, algunos ahora
hablan de matar a 64,000 pandilleros como única solución para volver a los
tiempos de antes, que eran mejores que
ahora.
Nuestros políticos indigentes intelectuales ignoran la
historia patria, no cometen errores nuevos, sino los mismos de 100 años atrás;
los salvadoreños en su mayoría como igual la desconocen desestiman que opinar o
no requiere comprensión.
Nunca como antes El Salvador había contado con una
cantidad notable de profesionales, pero esto aun no es suficiente para halarnos
al desarrollo y no solo al crecimiento, siendo mayoritario el oscurantismo
habrá que esperar una generación que observe mejor lo que no funciona,
prevenga, abstraiga, aprenda, comprenda conceptos; que surja y nos saque de
esta época.
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