Después de una jornada marcada por una fuerte tensión y acusaciones mutuas, en la que ocurrieron actos violentos, con resultado de varios muertos y heridos; Nicolás Maduro, fue juramentado como Presidente por la Asamblea Nacional de Venezuela.
A la toma de posesión asistieron, los mandatarios que reconocen y respaldan a su homólogo; pero la oposición, que ahora representa la mitad del electorado, organizó un cacerolazo y explosión de cohetes, para expresar que no reconoce a Maduro como su presidente.
Estas acciones, tienen su origen en la estrecha diferencia de votos entre ambos contendientes; la cual refleja una baja para el oficialismo del tres punto setenta y cuatro por ciento y para la oposición un crecimiento del cinco por ciento; lo que permite concluir que, no obstante el oficialismo ganó las elecciones, se encuentra debilitado y la oposición no obstante haber perdido se ha fortalecido.
Esta afirmación, está sustentada en el hecho que la oposición pudo generar la presión suficiente para, crear una crisis que tuvo que ser solventada con la apertura de una válvula de escape, que consistió en que el directorio del Consejo Nacional Electoral de Venezuela, aceptó realizar la auditoría del cuarenta y seis por ciento de las cajas de votación que no estaban entre las sometidas a revisión reglamentariamente el día de las elecciones.
Frente a la realidad que vive el país suramericano cabe plantearse las siguientes preguntas: ¿Tiene el presidente Maduro las condiciones para la gobernabilidad?, ¿Se reduce el problema de Venezuela exclusivamente a los reclamos planteados por la oposición? y ¿Qué impacto tendrán las condiciones en que asume su mandato, en la relaciones con sus aliados? y ¿Qué puede aprenderse de lo ocurrido en Venezuela?.-
Seguramente, para el recién juramentado Presidente, las condiciones de gobernabilidad no están dadas, porque inicia su mandato en medio de una crisis política, social y económica, en un contexto internacional desfavorable; además porque internamente tiene el problema de no contar con un amplio respaldo de su población; sin lugar esto se va a duda se va a traducir en una modificación en las relaciones económicas que mantenía su antecesor con sus aliados.
La clase política Salvadoreña, debe tomar lo ocurrido en Venezuela como una lección que debe ser tomada en cuenta; porque ha quedado demostrado, que cuando un proyecto político gira exclusivamente alrededor de una sola persona, tiene lugar vacío de poder si esta fallece, tal y como ocurrió en ese país suramericano, pues es indiscutible que el presidente Maduro no tiene ni el carisma ni las cualidades personales del extinto Hugo Chávez.
Por esa razón, los dirigentes de todas las corrientes ideológicas, deben crear las condiciones para que los proyectos políticos, dependan de programas concretos y no en personas ni en ideologías, deben preocuparse por construir instituciones gubernamentales despartidizadas y fomentar la existencia partidos políticos fuertes, que representen los intereses de la sociedad, especialmente los de su militancia y no de pequeños grupos perpetuados en sus cargos para hacer prevalecer sus intereses particulares y adueñarse del control del aparato estatal.
Además, deben aprender cómo tratar las crisis, porque no obstante en Venezuela tuvo lugar un problema político de grandes proporciones, es evidente que el presidente Maduro y el Candidato Capriles, rápidamente lograron acuerdos que permitirán reducir la polarización en ese país; a diferencia de lo que ocurre en nuestra nación donde existe un enfrentamiento permanente entre los representantes de los poderes del estado y los representantes de los partidos políticos que mantiene dividida a nuestra sociedad.
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